Si existiese una figura semejante al Santo Grial de los musicales, indiscutiblemente Gypsy formaría parte de tal concepto teatral. Ya sea por sus míticos creadores: Jule Styne (música), Stephen Sondheim (letra) y Arthur Laurents (libreto) o por su inolvidable primer intérprete: Ethel Merman, esta pieza se erige como uno de los grandes musicales del siglo XX en Estados Unidos.

Y ahora, luego de 65 años de su estreno, los asistentes al Teatro Majestic en Nueva York pueden ver la quinta reposición en Broadway de Gypsy. Esta vez bajo la dirección del multipremiado George C. Wolfe y protagonizado por la ganadora de 6 premios Tony, Audra McDonald. Y es que la inclusión de una actriz estelar en el papel principal es un requisito indispensable para traer a escena a la tremebunda Mamá Rose; basta con hacer un recuento de sus antecesoras para comprobar esta premisa: Angela Lansbury, Tyne Daly, Bernadette Peter y Patti LuPone.

Mas lo que destaca en esta ocasión es que -por primera vez en Broadway- el elenco que encarna a la disfuncional familia es afrodescendiente. Y aunque para los puristas -tanto del teatro como de la Historia- esta condición racial hubiese imposible durante la Gran Depresión; en este montaje, Mamá Rose sigue dirigiendo la carrera artística de June (Jordan Tyson, encantadora) y Louise (Joy Woods, sublime), mientras se acompaña de su agente Herbie (Banny Burstein, maravilloso). Incluso los pequeños voceadores que reclutan para Baby June, al inicio de la obra, son unos excepcionales bailarines afrodescendientes; aunque luego al crecer cambiarán su tono de piel.

Tal y como la tendencia actual lo sugiere, el arte debe soslayar los arcaicos preceptos raciales y en esta versión de Gypsy su director termina ganándose al público con su multiracial propuesta. Y si para algunos esta idea pudiera resultar trasgresora, el talento de todo el reparto pronto diluye cualquier reticencia. Las sobrecogedoras interpretaciones hacen que suceda lo extraordinario; por ejemplo, en el número final, Rose’s Turn, el ensordecedor aplauso detiene la obra, los asistentes se ponen de pie y Audra McDonald reafirma su legendaria estatura en la historia del musical.

Hay un elemento que cada vez es menos común en Broadway: la propuesta original del musical se mantiene intacta, no hay reconcepciones ni reformulaciones; llega a las nuevas generaciones tal y como se presentó en el pasado. A diferencia de lo que sucede en el teatro de enfrente, el St. James que alberga al Sunset Blvd. de Jamie Lloyd, la audiencia de Gypsy atestigua el montaje tal y como fue concebido hace tantas décadas; desde luego, los cambios son menores pero jamás alteran su esencia. Y en la actualidad teatral son pocas las ocasiones para presenciar este fenómeno, en los últimos años solo podrían referenciarse The Music Man con Hugh Jackman y Hello, Dolly! con Bette Midler.

Siguiendo con la fidelidad al original, la orquesta sigue tocando la obertura y el entreacto, esta vez con una orquesta de 26 piezas bajo la batuta de Andy Einhorn. Los cambios a la coreografía son fieles al estilo de baile original; quizá solo sea evidente que el efecto de estrobo usado para la transición temporal de niñez a adolescencia de los bailarines ahora se hace a la vista de todos cuando Mamá Rose sustituye a los chicos. En cuanto a la pasarela semicircular añadida al proscenio para los números teatrales, su adición resulta muy efectiva sobre todo para el divertido número de las experimentadas vedettes Tessie Tura, Mazeppa y Electra (Lesli Margherita, Lili Thomas & Mylinda Hull, incomparables). Y quizá la modificación más notoria cuando la ya consagrada Gypsy Rose Lee que sugiere un baile-homenaje a Josephine Baker, cuyos sensuales movimientos son ejecutados frente a una escenografía selvática inspirada en el pintor francés Henri Rosseau.

Y una vez mencionado el diseño escénico, Santo Loquasto aprovecha muy bien que gran parte de la historia transcurre en los teatros y para dichas secuencias las paredes de ladrillo del propio recinto sirven a la ambientación. La iluminación de Peggy Fisher y Peggy Eisenhauer es discreta pero efectiva y para deleite de los nostálgicos: hay un constante uso de los seguidores.

Este montaje de Gypsy es una pieza histórica, digna de admirarse por su rareza actual: ya no hay musicales que mantengan la grandilocuencia del siglo pasado. Y para que este singular fenómeno se presente en Broadway es preciso que una serie de factores se alíneen y sean encabezados por una impetuosa leyenda que, en este caso, es Audra McDonald.