Con mayor frecuencia de la que cualquiera quisiera aceptar, toda persona recurre a un extraordinario ejercicio de tolerancia para impedir que las discrepancias con los demás le lleguen a afectar. Paradójicamente, entre más tolerante se es con los otros, más se acentúan los disentimientos. Y es este nuevo planteamiento entre la tolerancia y la inclusión la que el autor estadounidense Jonathan Spector revisa en su obra Eureka Day.

La historia es sencilla y siempre transcurre en el mismo ambiente físico: inicia el año 2019, la sociedad de padres de familia de una escuela se reúne en la biblioteca para decidir, conjuntamente con las autoridades, aquellas directrices que regirán el destino de la comunidad escolar. Se debe anotar que la institución es privada y se ubica en una elegante zona de Berkeley, California. Curiosamente, quienes conforman este microcosmos social son en su mayoría personajes caucásicos, aunque hay una afroamericana y otra mestiza.

Además de referenciar las diferencias étnicas y sociales, Spector parece tener la intención de advertir al público sobre el riesgo de llevar al extremo estas nuevas formas de convivencia e incluso se aventura a plantear que la situación se agudiza al enfrentar aquellos disentimientos que en varios casos amenazan con rebasar los límites de la cordura. Basta como ejemplo saber que uno de los temas que se debaten entre los protagonistas es si se debe incluir la opción Adoptado como una posible respuesta al preguntar a los solicitantes sobre sus características raciales.
Para su debut en Broadway, Eureka Day ha tenido un replanteamiento propio de la industria: nueva y más grande escenografía, iluminación más brillante, así como un vestuario conceptualizado para reflejar fielmente las características de sus personajes. Y si bien dista un poco de su íntima versión vista antes en el off-Broadway, la obra se mantiene firme en su mordaz crítica a las reglas de convivencia de la actualidad.

Pero el mayor acierto del montaje radica en la escena donde se realiza una reunión con los padres de familia vía Zoom, luego que de que detectara en la escuela un brote de paperas obligando a suspender las clases. La interacción entre los paterfamilias se convierte en una batalla campal donde llueven insultos y emojis provocando que las carcajadas del público sean tan intensas que los diálogos de los actores se diluyen en el escándalo de las risotadas. La directora, Anna D. Shapiro, resuelve brillantemente la escena al proyectar el chatroom de la reunión en la parte superior del escenario, de modo que toda la audiencia puede leer los mensajes que aparecen y se crea la impresión de estar participando en dicha conversación electrónica.

Muy pertinente resulta la observación de que pocas veces se ve en los recintos teatrales de Broadway una reacción tan genuina ante un grupo de actores cuya labor consigue que los asistentes se desternillen al grado de estar a punto de caerse de su asiento por el colectivo ataque incontrolable de risa. Desde luego, el timing perfecto del ensamble es la razón de este divertido (aunque ensordecedor) fenómeno y no sorprende que sean histriones consagrados quienes lo conformen: Amber Gray, Jessica Hetch, Bill Irwin, Thomas Middleditch y Chelsea Yakura-Kurtz.

Lo brillante del texto y del montaje es que se vale de la comedia para abordar una crítica social muy necesaria en este tiempo: ¿hasta dónde se debe tolerar lo que otrora era intolerable? Y es que para toda respuesta a este planteamiento existencial, Spector cierra su obra justo al iniciar el año 2020, donde el nivel de tolerancia humano será puesto a prueba como nunca antes visto en el milenio.