Y finalmente le llegó el turno al más reciente enfant terrible de los escenarios neoyorquinos: Lin-Manuel Miranda y a su ópera prima, In The Heights (bautizada en los países de habla hispana como En el barrio).
Los creadores de este musical ganador del premio Tony en 2008, Miranda (letra y música) y Quiara Alegría Hudes (libreto) llevaban lustros preparando esta cinta, pero su realización fue una tediosa batalla de derechos legales y creativos que solo pudo resolverse con la unión de las voluntades de su creador musical y del cineasta, Jon M. Chu.
En la actualidad, Miranda y Chu son dos grandes y poderosos nombres de Broadway y Hollywood: Lin-Manuel, tras el incomparable éxito de Hamilton; y Jon, debido a su internacional éxito con Crazy Rich Asians (2018). Fue gracias a estas titánicas figuras que los grandes estudios terminaron convenciéndose de llevar In The Heights a la pantalla grande… El fuego amatorio entre ambas industrias culturales continúa ardiendo.
En la cinta, Chu hace gala de su enorme destreza para las secuencias musicales y echa mano de toda su experiencia adquirida al dirigir Step Up 2 (2008), Step Up 3D (2010) y los documentales de Justin Bieber: Believe (2011) y Never Say Never (2013). Es debido a su hábil dirección que consigue un par de oníricas escenas que ingresarán a la memoria colectiva de las películas musicales: una pareja bailando sobre los muros donde se recarga una escalera de incendios y largos pliegos de tela cubriendo los edificios ante los ojos de una futura diseñadora de moda.
El filme destaca por la fuerza de sus interpretaciones y sus espectaculares coreografías: entre ellas un gran homenaje acuático a Busby Berkeley –que se ejecuta en la piscina pública de Highbridge Pool–, pero el mayor acierto de In The Heights es mantenerse fiel a su esencia anecdótica y abordar dos grandes conflictos: la identidad cultural y la asimilación socio-ideológica de los inmigrantes y sus descendientes.
Los personajes de In The Heights atraviesan por los mismos problemas que todo inmigrante de cualquier nación: un padre que vende su empresa con tal de solventar los estudios de su única hija en una prestigiosa universidad, un idealista que hereda el negocio de sus padres y continúa trabajándolo con la ilusión de regresar a su país natal, o un adolescente sin conocimiento de que su estatus migratorio lo obligará a solicitar un estatus de protección temporal.
Y, quizá sin proponérselo, estos ficticios habitantes hispanos de Washington Heights adquieren dimensiones quijotescas al enfrentar y defenderse del inminente aburguesamiento que se cierne sobre su vecindario y que terminará desplazándolos a otros condados. Problemática de toda gran ciudad, pero muy palpable en la realidad de las comunidades de escasos recursos en Nueva York.
La mayoría de los latinos que habitan en In The Heights son de origen dominicano, una realidad que sigue vigente hasta hoy día; sin embargo, la canción del Carnaval del barrio es una alusión directa a la identidad latinoamericana y funciona como clímax del musical.
Para quienes estén poco familiarizados con las marquesinas teatrales de Broadway, los nombres de Daphne Rubin-Vega, Doreen Montalvo o Patrick Page no les dirán mucho a pesar de su larga trayectoria en las tablas. Sin embargo, pronto aprenderán a reconocer el de Olga Merediz, la maravillosa actriz que da vida a la abuela Claudia y que, en una mágica secuencia entre vagones del metro neoyorquino, evoca a su natal Cuba y se roba el corazón de la audiencia, tal y como lo hiciera cuando interpretara el mismo papel en las tablas.
In The Heights no está destinado a convertirse en un clásico de la filmografía universal, pero sí representa el eslabón más importante de esta incipiente década en la extensa cadena amatoria entre Hollywood y Broadway.