Su primera gran exposición individual en la sede de las Naciones Unidas en 2002 marcó el inicio de su vínculo con la Gran Manzana, donde reside actualmente, y donde continúa consolidando una carrera que trasciende fronteras y culturas.
Reconocido internacionalmente, su pintura ha sido reconocida en el ámbito artístico en libros monográficos, museos y galerías de gran prestigio en Nueva York, México y otros países; desde sus primeras series como A la sombra del acero, una denuncia poética contra la devastación ambiental, hasta su actual exploración de las utopías contemporáneas y las conspiraciones globales. Su obra, impregnada de referencias mitológicas, filosóficas y humanistas, dialoga con las grandes tradiciones artísticas al tiempo que proyecta una visión moderna y crítica del mundo actual.
En esta entrevista exclusiva, Jaime Vásquez comparte su proceso creativo, sus influencias esenciales y su visión del arte como una forma de resistencia, memoria y belleza.
Su infancia en Chimbote marcó profundamente su obra. ¿Cómo recuerda esa época?
Bueno, básicamente me influyó el hecho de haber nacido cerca de un puerto. Ese puerto era inicialmente un desovadero de peces y una bahía muy bella de aguas cristalinas. Uno de los momentos más hermosos en mi vida como niño era asistir al Malecón del puerto para ver cómo desfilaban los delfines y ver la cantidad de aves marinas. Era prácticamente un paraíso, pero años más tarde empezaron a industrializar la bahía procesando pescado. Las aguas transparentes que tanto amaba empezaron a volverse turbias por los desechos que las fábricas arrojaban al mar, esto, sumado a una incipiente industria siderúrgica que emanaba gases tóxicos por una chimeneas enormes que tenían, tornaba el ambiente de un rojizo como el óxido del hierro. Aquel refugio natural que alguna vez fue un santuario para la vida marina ya no existía. La maravilla de Chimbote se desvanecía ante mis ojos.

A propósito de este tema, usted inició su carrera con una serie muy comprometida socialmente, “A la sombra del acero”, inspirada en la contaminación en su ciudad natal. ¿Cómo nació esa necesidad de denuncia en su obra? ¿Qué recuerdos le vienen de ese momento creativo?
Tras graduarme en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Lima, sentí la necesidad de reencontrarme con mis raíces. Al regresar a Chimbote, el impacto emocional de la devastación ambiental me impulsó a crear esta serie. Estas obras supusieron un compromiso total con los pescadores que seguían luchando en un entorno hostil y se hacían a la mar a pesar de todo para arrancar el sustento a un mar contaminado. Pinturas como A la sombra del acero, Agonía en el puerto o La pescadora reflejan esa convivencia forzada entre el ser humano y los desechos industriales. Era un clamor pictórico por un paraíso perdido.
Ha explorado distintos periodos como “A la sombra del acero” o “Utopías”. ¿Cuál considera más representativo de su esencia artística?
Después de A la sombra del acero, entendí que el pensamiento es transitorio, como me enseñó un maestro. Viajé entonces al litoral peruano y en la Bahía de Paracas creé En horas de misterio, nutriéndome de las mitologías locales. Luego vino Alas del tiempo, donde abandoné la figura humana para explorar lo irreconocible. Creo que ni lo figurativo ni lo abstracto definen al artista: es su pulso, su trazo, su existencia misma. Utopías fue clave para mí. Allí asumí que los sueños, incluso los imposibles, son esenciales para seguir viviendo. Obras como Dualidad zodiacal nacen de ese romanticismo utópico, de mis propias vivencias y amores inalcanzables.

Varios críticos han notado una gran presencia de referencias clásicas en su obra, desde Grecia antigua hasta el Renacimiento. ¿Qué importancia tienen esas influencias históricas en su arte?
Perú es un país conformado por más de treinta culturas ancestrales, cada una con su propia lengua, vestimenta y costumbres. Aunque el Imperio incaico unificó estas culturas a la fuerza, esa diversidad y tensión marcan aún hoy la personalidad peruana. Yo, como mestizo nacido en la costa, sentía una fuerte conexión con el mundo occidental, más que con lo andino.
Por parte materna, tengo raíces griegas —mi verdadero apellido es Quiros, no Quiroz—, y esa herencia influyó en mi inclinación hacia el arte clásico, hacia la escultura y las formas occidentales. Siempre busqué ser auténtico; aunque admiraba la profundidad del arte andino, no lo sentía como propio.
Mi obra nació, entonces, del arte urbano, de las metáforas, de los símbolos creados a partir de la observación consciente de la realidad. No sigo tradiciones preestablecidas: me interesa crear lenguajes inéditos, como hacía Vallejo, quien transformaba su mundo en nuevas palabras y símbolos.
Aunque en un entorno donde predominaba el arte andino me sentía un extraño, decidí ser fiel a mí mismo. De esa convicción auténtica nació mi obra.

Su técnica combina texturas muy trabajadas con superficies suaves y transparencias que parecen flotar. ¿Cómo es su proceso técnico? ¿Cuánto hay de intuición y cuánto de método en su forma de pintar?
Mi técnica nace, en parte, por necesidad: al ser alérgico a los disolventes del óleo, tuve que buscar alternativas. Descubrí en el acrílico una forma de trabajar que me permite lograr efectos similares al óleo, pero con mayor rapidez y libertad.
Mi oficio es muy personal; no sigo métodos tradicionales, sino que he desarrollado un lenguaje técnico propio, adaptado a lo que cada obra exige. La evolución de mi técnica ha ido siempre de la mano con la necesidad de expresión: cada tema me ha llevado a explorar distintas disciplinas y recursos. Aunque originalmente deseaba pintar en óleo, el acrílico terminó convirtiéndose en mi mejor aliado, permitiéndole mantener la intensidad y la riqueza de las texturas que buscaba.
Ha vivido y trabajado en contextos muy distintos: del puerto de Chimbote a las galerías de Manhattan. ¿Cómo ha influido ese cambio en su arte?
Mi llegada a Nueva York fue algo circunstancial, por razones que prefiero no detallar. Previamente, ya venía madurando una serie urbana muy importante, pero no lograba concretarla en Lima: necesitaba un entorno distinto, una ciudad con una influencia internacional poderosa, donde conviven todas las nacionalidades.
Aquí, entre italianos, europeos, latinos y personas de todo el mundo, pude ver con claridad el inicio de un nuevo periodo, que surgió inicialmente como La isla de los panales celestiales. De este ciclo nacieron obras notorias como La puerta del paraíso. La migración no me afectó negativamente; por el contrario, enriqueció y amplió profundamente mi mirada y mi creación.

En obras como “La mesa de la conspiración”, usted mezcla símbolos religiosos, mediáticos y políticos. ¿Cómo decide qué elementos incluir en una composición tan cargada de mensajes?
Muchos críticos han calificado mi obra como “atemporal”, lo que me permite tomar elementos de distintas épocas históricas y hacerlos convivir con la contemporaneidad, enriqueciendo así mi lenguaje visual.
En un momento en el que estaba profundamente inmerso en las redes sociales y en la sobrecarga de información global, sentí que no podía ser indiferente a lo que estaba ocurriendo. La mesa de la conspiración surgió tras un largo proceso de compaginar ideas, estudiar distintos pensamientos y recorrer las calles de Nueva York, observando la realidad.
La obra responde a un mundo saturado de teorías conspirativas, manipulación gubernamental, imposiciones ideológicas y religiosas, pandemias, y verdades distorsionadas. Decidí reinterpretar el ícono de La última cena, colocando en el centro a un Cristo que representa al hombre común, inocente frente a tantas manipulaciones, entendiendo que una justa repartición del pan sería la solución a tanto caos.
Sin embargo, lo rodean apóstoles que negocian los valores humanos más esenciales, convirtiendo el símbolo de la fe cristiana en un mercado, donde todo tiene precio.

Después de décadas de creación y evolución, ¿hacia dónde se dirige ahora su arte? ¿Está trabajando en una nueva serie o explorando otros lenguajes visuales?
Mi arte no está dirigido a nadie; es esencialmente testimonial. Siempre he pensado que un artista no puede ser juez y parte de su propia obra. Somos, más bien, árbitros indiferentes ante la expresión que brota de nosotros. Aunque a veces desearía cambiar las cosas a través de la pintura, o imponer mis ideales sobre la verdad que observo, no puedo. Cuando pinto una obra trascendente, mis deseos personales quedan de lado.
Actualmente estoy inmerso en un nuevo proyecto: El zoológico de las conspiraciones, inspirado en El jardín de las delicias de El Bosco, una obra que siempre me ha maravillado. Estoy trabajando en los primeros bocetos de este tríptico, que tendrá dimensiones monumentales y que retratará, de forma barroca y simbólica, la compleja y contradictoria sociedad actual.
No creo que un artista deba obedecer a ismos ni a teorías impuestas por otros. Si algún día quisiera hacer arte rupestre, lo haría con la misma convicción contemporánea con la que podría crear una obra barroca. La libertad en la expresión artística es, para mí, esencial. Mi obra está llena de detalles y metáforas que me permiten dar testimonio de esta sociedad difícil de retratar. En ese camino me encuentro hoy.
Usted ha dicho: “Fiel a mis ideas y trabajando duro para expresarlas”. ¿Cuál es esa idea o filosofía que lo guía como artista a lo largo de todas sus etapas?
Mi filosofía nace de mi propia manera de mirar el mundo. Creo que, aunque es importante estar informado e ilustrado por los acontecimientos históricos y los pensamientos de grandes figuras, todo eso debe servir como abono para que crezca un pensamiento propio, auténtico.
Hace poco, en una charla muy teórica, donde el lucimiento intelectual era excesivo, sentí la necesidad de crear una imagen simbólica: un pavo real representando a ese intelectual que brilla más por apariencia que por esencia. Esa experiencia me reafirmó que para mí la vida es un campo de cosecha constante.
Voy caminando, observando, recogiendo detalles, ideas, gestos, que luego nutren mi lenguaje artístico. Lo inédito es lo que más me atrae: encontrar lo que aún no ha sido dicho o representado. Cada experiencia, cada conversación, cada instante es una semilla que enriquece mi creación.