El público que ingrese al Chain Theatre quedará sorprendido al darse cuenta que el recinto se ha transformado en un piano bar y que un personaje de género fluido da la bienvenida a la clientela con música y buen humor. Dicha recepción sirve como indicio de lo que sucederá a continuación dentro del bar llamado a propósito La monja alférez.
Con esta propuesta, la obra teatral ahora atribuida a Juan Ruiz de Alarcón (uno de los pocos autores del Siglo de Oro español nacido en el continente americano) queda insertada dentro del moderno contexto de la vida nocturna citadina. Y la audiencia deberá deslindar el presente del narrador de aquel pasado donde toma lugar la historia colonial.

Sin embargo, este recurso usado de manera virtuosa en montajes como el musical Cabaret (Kander & Ebb) no alcanza a desplegar todo su potencial en La monja alférez. Y esto no es por falta de talento, pues el inigualable Jei Fabiano hace gala de su pericia musical tocando diversos instrumentos y ejecutando canciones juglarescas que coadyuvan al avance de la historia.
Quizá sea poco conveniente que este MC (o maestro de ceremonias) también interprete algunos personajes, en vez de cumplir solo con su función de narrador. Este doble desempeño propicia que se diluya su labor de commedia dell’arte.

El resto del elenco, todos ellos instalados en personajes del siglo XVII, cumple convincentemente con su labor actoral. Y es notorio el entrenamiento que han tenido de parte de Karmele Aramburu, una especialista en verso para montajes teatrales. Mención especial merece el enorme esfuerzo que Maria Fontanals realiza para sacar adelante el rol protagónico dando vida a Antonio y Catalina de Erauso. Aunque personalmente, considero que el atributo de una voz más grave fue lo que permitió que a María Félix lucirse en su versión cinematográfica de La monja alférez (Emilio Gómez Muriel, México, 1944).

Por otro lado, el director de la puesta, Daniel Alonso de Santos, vislumbró un eficiente uso del espacio teatral y al quitar dos filas de las butacas aprovecha ese campo en desniveles para crear ambientes distintos y acercarse a la audiencia. Otro acierto del director fue reducir la historia a lo esencial para dejarla de un solo bloque que, ejecutado sin intermedio, permite a la obra fluir más rápido. Vale también destacar las coreografías de los espadachines en sus duelos que, al emplear un sencillo recurso de movimiento, crean un efecto de cámara lenta que dilata la sensación dramática de la justa.

Al referirse a la trascendencia del tema abordado por el texto del mexicano Ruiz de Alarcón, el director Alonso comenta: “Esta obra, aunque parece que se ha escrito hace poco, fue creada en el Siglo de Oro hace más de quinientos años. Concebida en una época donde el debate de género, el debate de si una mujer se podía vestir y conducirse como un hombre no era ni siquiera nombrable. Pues esta obra recoge ese debate que sigue vigente ahora mismo, hoy en día, en nuestras calles”.
Si bien la historia se complica con los giros propios del teatro de la época, su discurso épico la vuelve cautivadora y hasta deleitable para los amantes del género. Mas es prudente subrayar que no es un montaje que apelará al gusto generalizado de su audiencia neoyorquina.
La monja alférez permanece en cartelera hasta el 19 de noviembre en el Chain Theatre. Para boletos y horarios consulte el sitio web: teatrocirculo.org