La modernidad en el teatro musical ha llegado a Broadway con Maybe Happy Ending, un montaje cuya historia no solo aborda temas posmodernos sino que posee un discurso propio del nuevo milenio y que además integra avances tecnológicos poniéndolos al servicio del espectáculo teatral.

Ha iniciado la cuenta regresiva para concluir con el primer cuarto de siglo y los creativos teatrales se encuentran en un momento clave que definirá el futuro de Broadway. Y en este sentido, Maybe Happy Ending podría considerarse el primer paso hacia una nueva forma de entender y crear el discurso teatral debido a que incorpora sofisticados recursos tecnológicos para crear impresionantes efectos de iluminación que incluyen la proyección de video y hologramas.

La historia de Maybe Happy Ending describe el futuro del año 2064 donde los robots forman parte de la cotidianidad de los humanos y se han convertido en compañeros inseparables: se integran desde la niñez como compañeros de juego o en la adolescencia como amigos incondicionales. Sin embargo, al ser productos tecnológicos padecen también los males de la modernidad… Valga compararlos con cualquier teléfono inteligente y, al igual que esos dispositivos, son reemplazados en cuanto sale al mercado un nuevo modelo.

En este mundo futurista los robots obsoletos son enviados a un asilo para gozar de una jubilación mientras esperan el ocaso de las partes y programas que les conforman. Y es en este recinto donde los dos humanoides protagonistas se conocen: Claire (Helen J Shen) acude al apartamento de Oliver (Darren Criss) a pedirle un cargador de batería para seguir funcionando. A partir de este momento, se inicia una interesante y divertida serie de comparaciones y coincidencias entre ambos robots que paulatinamente irán develando el contexto familiar de donde provienen. Y es que para ellos su pasado es tan importante que Oliver está planeando escaparse de la casa de retiro para ir a encontrarse con su dueño en su nueva residencia, aunque para ello necesitará de la asistencia y complicidad de Claire, cuyo modelo robótico es más avanzado y sabe conducir autos.

Así pues, Claire y Oliver emprenden un road trip en el que deben pasar inadvertidos para no ser atrapados, pues en su actualidad prohíbe a los robots deambular por las calles sin la compañía de su humano. De esta manera, los protagonistas se convierten en una especie de Thelma & Louise cuyo viaje los unirá e involuntariamente los convertirá en una pareja que procura su mutuo bienestar, comparte sus gustos y se tiene una lealtad inquebrantable. Es decir, casi como cualquier pareja humana de enamorados… A final de cuentas, ¿no es una experiencia humana el enfrentar la obsolescencia y llegar al ocaso de la vida con muchas partes inservibles y la batería ya solo rindiendo a un porcentaje muy bajo?

Pero lo que más sorprende de Maybe Happy Ending no es su planteamiento filosófico sino la modernidad del montaje. La propuesta escénica de su director, Michael Arden, es tan dinámica que la acción nunca se detiene. Las transiciones entre escenas se resuelven con movimientos poco convencionales en el teatro: el campo visual de la embocadura se achica y agranda dando la impresión de que se trata de una pantalla digital. Esto permite que el discurso teatral pueda mostrar secuencias alternativas e incluso paralelas, donde se aprovecha no solo el proscenio si no también la profundidad del escenario.
A todo lo anterior se suma el impecable diseño de iluminación de Ben Stanton y el de video de Dane Laffrey que provocan en el público la sensación de estar presenciando el futuro. Que si bien no es el de la humanidad, bien podría ser el de la semiótica del espectáculo teatral.