Según los libros de historia, el nacimiento de esta bebida se remonta al año 5000 A.C. Su evolución es tan fascinante, casi como la historia del hombre. Comenzó como un narcótico (por el poder de la fruta fermentada) y ya con el paso de los siglos se fue sofisticando hasta llegar a la actualidad donde las variedades son infinitas.
Hablamos del vino: esta bebida que comienza con el fermento de la uva y que, junto a la combinación de alcohol etílico –entre otros ingredientes–, produce el resultado final que acompaña tantos momentos en la vida contemporánea. Incluso desde el antiguo Egipto se encuentran evidencias claras del cultivo de la uva y su consumo…. Ya en el año 3000 A.C. se usaba, entre otras cosas, para limpiar los cadáveres durante los procesos de embalsamiento; o en la Grecia clásica, donde la adoración por el vino llegó a popularizarse asignándole un patrón: Dionisio.
Al imperio Romano llegó cerca del año 200 A.C. y se hizo muy popular en el sur de la península donde la denominaron “tierra de uva”. Fue durante este período –y el poder del imperio– que el cultivo de la vid se extendió por toda Europa llegando a todos los territorios que tenían ocupados. Hasta tuvieron su propio dios: Baco. Según reflejan algunos libros, a Julio Cesar le gustaba (parece que demasiado) levantar la copa más de lo habitual.

Unos cuantos siglos después, llega al continente americano con el imperio español. Comienza primero con plantaciones de uva en México, para extenderse a Perú y llegar a finalmente al sur del continente: Argentina, Chile y Uruguay.
En fin, toda esta “perorata” histórica (como si fuera un experto) la hago porque esta bebida –que muchos degustamos al final del día o en ocasiones especiales– tiene tantos años como la humanidad misma.
Y porque un resumen de esa historia y del resultado de esa expansión geográfica, se puede (felizmente) encontrar hoy en Vintage Harlem Wines & Spirits, en pleno Manhattan.
438 variedades de “vinos activos” –como dice uno de sus dueños– tiene esta tienda actualmente a la venta. Las variedades, por supuesto, infinitas. Vienen de 29 diferentes regiones, y como decimos en el español más castizo: “hay para todos los gustos”.
Desde espumantes y cavas italianos y franceses (ideales en esta época del año para una buena mimosa), hasta Albariños españoles, Cabernet Sauvignon californianos, los infaltables Malbec argentinos, Merlot chilenos, y muchos más.