Hablar sobre la excelencia de un montaje en Broadway podría resultar innecesario y hasta redundante, ya que tratándose del máximo distrito teatral de Nueva York toda producción es cuidada hasta el mínimo detalle. Sin embargo, como en todo proceso creativo, hay un periodo de gestación que permite al producto ir evolucionando antes de alcanzar su madurez. Y es en este intervalo cuando los montajes aprovechan para ajustar todo aquello susceptible de ser mejorado.
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Mas en el caso de Summer, 1976 (Verano de 1976) el montaje corrió cercano a la perfección desde sus primeras funciones debido a un excelso elenco conformado por Laura Linney y Jessica Hecht. Estas consagradas actrices aportan toda su capacidad histriónica a cada escena y se colocan a un paso del paraíso actoral. La correspondencia entre ambas interpretaciones es simbiótica y no deja nada al azar, toda reacción y movimientos han sido analizados y ejecutados con precisión. ¿El resultado? Una innegable empatía por la desolación que atraviesan ambas mujeres.
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Y es que Summer, 1976 es -antes que todo- un drama incubado en el universo femenino de sus protagonistas. Durante el verano de dicho año, toda vivencia de la incipiente amistad entre Diana (Linney) y Alice (Hecht) es dada a conocer al público para que desarrolle una empatía por ambas. Conforme transcurre la historia, uno se va enterando de la vida particular de estas mujeres, sus motivaciones como madres, esposas o profesionistas que renuncian en pro de una armonía familiar de ensueño. A cada diálogo de la obra, la sutil dramaturgia de David Auburn va develando piezas clave que conforman un enramado de emociones exacerbado por la temperatura de los días estivales.
Sin embargo, la complicidad entre ambas mujeres tiene un límite: aquel que les impone su propia soledad. Padecer las decepciones y abusos de la pareja es un amargo trago que se debe digerir individualmente, a pesar de la buena disposición de las amigas. Y casi llegando al final de la obra, un fortuito encuentro en el MoMA de Nueva York termina explicando las causas del paulatino distanciamiento entre Diana y Alice.
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Mas, ¿por qué es Summer, 1976 un montaje imperdible? Porque la experta dirección de Daniel Sullivan no irrumpe en esa atmósfera femenina, al contrario: le otorga una cadencia y un balance exacto a la conversación de ambas partes al relatar su historia. Sin mayor alarde de cambios de vestuario o extravagante escenografía, solo la iluminación propicia los cambios de ambiente a tal grado que el público logra imaginar hasta la magnificencia de los juegos pirotécnicos de aquel bicentenario de la independencia estadounidense, un parteaguas en la vida de las protagonistas.
Summer, 1976 se mantiene en cartelera hasta el 18 de junio. Para más información consulte: manhattantheatreclub.com