¿Cada cuánto es necesario reformular una obra clásica? Una de las vetas más prolíficas del teatro en Broadway es recuperar los éxitos del pasado y traerlos de vuelta a las marquesinas para reestrenarlos frente a nuevas audiencias. El término en inglés es revival y su presencia es tan vital que incluso los premios Tony tienen un par de categorías para galardonar estos montajes.

En los últimos años, el revival ha traído consigo una tendencia a actualizar al clásico para adaptarlo al contexto del público moderno. Esto implica una renovación de fondo y forma donde se precisa la mano experta de un dramaturgo. Y en Broadway, Amy Herzog ha demostrado su talento para modernizar los clásicos de Henrik Ibsen.
El trabajo más reciente de Herzog, Un enemigo del pueblo, se presenta en el foro Circle in the Square. En un recinto que se caracteriza por tener un escenario de 360 grados, la dramaturga propone una moderna y abreviada versión del ‘enemigo’ que no tiene intermedio y apenas si alcanza un par de horas de duración.
Bajo la dirección del experimentado Sam Gold, el elenco de Un enemigo del pueblo lo encabezan Jeremy Strong y Michael Imperioli, ambos grandes figuras de los shows televisivos Succession y The Sopranos, respectivamente. Y tal como lo hiciera la temporada pasada en Casa de muñecas con Jessica Chastain, la reformulación de Herzog es tan vertiginosa que toma a la audiencia por asalto y ya no la deja escapar sino hasta el desenlace de la obra.

El escritor argentino Edgardo Scott referencia a Ricardo Piglia en una reflexión sobre “hay que volver a traducir cada tanto a los clásicos porque la lengua cambia”. Y este nuevo montaje de Un enemigo del pueblo sostiene con maestría un equilibrio entre la modernidad del lenguaje y su apego al texto clásico. De tal modo que los personajes no suenan anacrónicos pero tampoco emplean expresiones propias del siglo XXI, una renovación necesaria sobre todo si se considera que la primera versión del ‘enemigo’ se estrenó en Broadway justo allá por 1895 en el Abbey’s Theatre.

Para este reestreno en el Circle in the Square, Un enemigo del pueblo convirtió su escenario en una especie de pecera que expone -en todo momento- cualquier movimiento y parlamento; nada escapa a la visión de la audiencia. Esta condición propicia una integración a tal grado que, en la escena de la audiencia pública, algunos asistentes son convidados al escenario y todo el foro se convierte en el quórum del multitudinario evento… Actores y público no solo rompen la cuarta pared, sino que la transforman en un mitin político.
Un detalle más se deriva de esta experiencia integradora: los miembros del público pueden degustar un trago de cortesía del licor noruego linie, un destilado de papa tan fuerte como el vodka. El bar donde lo sirven terminará siendo el estrado desde donde el Dr. Thomas Stockman (un impecable Strong) dirigirá su mensaje y terminará cumpliendo su destino de convertirse en el enemigo del pueblo.

Bajo la batuta de Gold, el montaje de Un enemigo del pueblo consigue extraer la esencia de Ibsen y acercarla al espectador, valiéndose no solo del texto sino de la forma de presentarlo. En algunas escenas, la iluminación con vela recrea la ambientación del pasado y la música interpretada por los propios actores, en noruego y con instrumentos oriundos escandinavos, termina por impregnarlas de la nostalgia del siglo XIX.
En una cartelera como la de Broadway en estos días, donde pocas veces hay cupo para la aventura y osadía escénica, Un enemigo del pueblo es una bocanada de oxígeno que deslumbra en todos sus aspectos: adaptación, dirección, interpretación y producción.